lunes, 26 de mayo de 2014

SANTA MARÍA

(MOHAMED AZAKIR/Reuters)

“Nada es veneno, todo es veneno: la diferencia está en la dosis”. El médico, alquimista y astrólogo Paracelso lo tuvo bien claro ya en el siglo XVI, cuando se enfrentaba continuamente a la tradición y los remedios heredados, buscando siempre nuevos métodos, adelantado a sus contemporáneos. También aconsejaba a sus pacientes que no dependieran de otros si podían ser dueños de sí mismos mediante el conocimiento. Me pregunto si la leyenda que asegura que fue capaz de conseguir la transmutación del plomo en oro no funciona mejor como metáfora: la conversión de lo letal en fuente de bienestar.

El uso de la marihuana como germen de sabiduría y espiritualidad se remonta a 3.000 años antes de Cristo, según restos encontrados en China y Turquestán, se cree incluso que puede haber sido una de las primeras plantas cultivadas por el hombre. En todas las culturas donde se usa esta planta con fines terapéuticos o místicos lo que persiguen es agilizar la mente, agudizar la percepción de los sentidos, inducir los sueños y liberar verdades escondidas en la mente por medio de la contemplación. Todos estos usos extrapolados a la sociedad de consumo occidental pierden su sentido, convirtiendo a la marihuana en una droga más, con todas las consecuencias nocivas que conlleva el abuso de cualquier sustancia que altera el sistema nervioso central.

Algunos de los grandes profetas en cuyo nombre se fundaron las actuales religiones tuvieron reveladoras experiencias místicas con esta planta. En el Éxodo por ejemplo se cuenta como se untaba a las personas con un aceite especial a base de cáñamo para que entraran en contacto con los dioses. La Santa María es una variedad de marihuana que los chamanes amazónicos de Brasil usan para sus rituales de introspección, lo opuesto a nuestros rituales consumistas en los que convertimos el oro en plomo y nos alejamos de nosotros mismos.


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