En colaboración con
Hay imágenes que quedan
grabadas en la memoria colectiva como iconos de una época. Son fotografías que
sintetizan cadenas de acontecimientos, líneas de pensamiento o fenómenos
inesperados, impactos visuales que superan la mera función informativa o
descriptiva para trascender a su momento y lugar y servir de referencia
histórica para futuras generaciones. A esta naturaleza pertenecen fotos como la
que Alberto Korda tomó del Che Guevara, dando lugar sin saberlo a la estampa
más reproducida de la historia, o el miliciano republicano muriendo en combate
que Robert Capa fotografió en la Guerra Civil española, o más recientemente, la
fotografía amateur que mostraba al detenido Satar Jabar, siendo torturado por
soldados norteamericanos en la cárcel iraquí de Abu Ghraib.
Las imágenes que se están
produciendo estas últimas semanas en el enclave fronterizo de Melilla
pertenecen en mi opinión a esta categoría de metáforas visuales que aglutinan
en una representación simbólica un momento complejo y cargado de significados
de la historia de la humanidad. Es notable cómo en un período de desbordamiento
gráfico, en el que consumimos muchas más imágenes de las que somos capaces de
procesar, algunas fotografías queden registradas de este modo tan inequívoco y
universal en la conciencia global. A mi modo de ver es una característica de
este medio expresivo que otros medios no comparten: su capacidad de conmover intensamente
y generar procesos de identificación inmediata en todos nosotros. ¿Por qué una
foto entre millones termina convertida en icono? Lo desconozco, y para ser
sincero, prefiero que siga perteneciendo al terreno de lo mágico, como el
destino, el azar y el amor.