En colaboración con
Ojala pases media hora en el cielo antes de que el
Diablo sepa que has muerto. Este
dicho popular irlandés da título a una de las mejores películas del prolífico Sidney
Lumet. En ella, un bróker adicto a la heroína en apuros económicos (Philip
Seymour Hoffman), trama junto a su hermano un golpe que sale estrepitosamente
mal y deriva en tragedia. “En mi vida”, admite el protagonista, “nada encaja
con nada. No soy la suma de mis partes. Mis partes no equivalen a lo que yo
soy, supongo”.
Me genera más confianza (y
estima) alguien que admite torpemente su desmoronamiento que quien, tratando de
ocultarlo, desgarra a todo el que se le pone por delante. En otra película
reciente de Robert Zemeckis titulada The
Flight, el protagonista (Denzel Washington) tarda el metraje entero en
admitir su alcoholismo. Lo hace en la cárcel, pagando una imprudencia, y “sin
embargo” confiesa “nunca me he sentido más libre”.
A Rob Ford, alcalde de
Toronto, no le llega la camisa al cuerpo, ni la corbata al cuello. Es un hombre
congestionado y explosivo que acaba de admitir su consumo de crack y abuso del
alcohol. Sin embargo, un 44% de los ciudadanos sigue apoyando su gestión. Un
hombre con problemas que parece pensar, como Parsifal en su búsqueda del Santo
Grial, que “el Mal se desvanece ante quien responde por el Bien”. Veremos; el
humano es despiadado con la debilidad humana.
A Dominique
Strauss-Khan no lo criminalizaron por aplaudir, aún al frente del FMI, la
política económica del tirano Gadafi. Ni por defender la “ceguera” del FMI
frente a la pavorosa crisis que se avecinaba. Su caída fue consecuencia del
escándalo por sus compulsivas perversiones sexuales.
Fue también en una obra
maestra de Lumet, Twelve Angry Men, donde
un solo hombre se enfrenta a los otros once miembros del jurado para que no
condenen la transgresión de lo convencional, sino los puros hechos, sin juicios
morales.