El señor Serra es serio pero agradable. Parece desconfiado, solo mira a los ojos cuando éstos no le miran. Ha querido mostrarme todo el espacio de su establecimiento para que me haga una idea de lo que debemos elegir. La visita ha durado cuarenta y cinco minutos, durante los cuales el señor Serra abría puertas y describía la utilidad y distribución habitual de la estancia que estábamos contemplando.
El señor Serra me ha hecho notar que aprecia el silencio.
Su secretaria nos ha pedido un almuerzo sobrio y sin vino para consumir en la antesala de su despacho.
Apenas ha hablado durante el almuerzo, lo cual me ha obligado a llenar los silencios con detalles poco interesantes sobre mi trabajo.
Sobre la mesa del despacho hay una foto del señor Serra con dos niñas pequeñas que se parecen asombrosamente a él. Los tres están serios en la cubierta de una embarcación deportiva. El viento agita el pelo del señor Serra, pero no el de las niñas.
El señor Serra me ha despedido en la puerta mientras su secretaria me alcanzaba el abrigo y el paraguas. Me he comprometido a enviarle mi propuesta junto a las condiciones económicas en un plazo de dos días.
Desde el coche, antes de accionar el limpiaparabrisas, he visto al señor Serra tras la ventana de su despacho, de pie, con la manos en la espalda. El agua que encharcaba el cristal no me ha dejado apreciar bien la expresión de su cara, pero por un momento me ha parecido que sonreía.
El señor Serra me ha hecho notar que aprecia el silencio.
Su secretaria nos ha pedido un almuerzo sobrio y sin vino para consumir en la antesala de su despacho.
Apenas ha hablado durante el almuerzo, lo cual me ha obligado a llenar los silencios con detalles poco interesantes sobre mi trabajo.
Sobre la mesa del despacho hay una foto del señor Serra con dos niñas pequeñas que se parecen asombrosamente a él. Los tres están serios en la cubierta de una embarcación deportiva. El viento agita el pelo del señor Serra, pero no el de las niñas.
El señor Serra me ha despedido en la puerta mientras su secretaria me alcanzaba el abrigo y el paraguas. Me he comprometido a enviarle mi propuesta junto a las condiciones económicas en un plazo de dos días.
Desde el coche, antes de accionar el limpiaparabrisas, he visto al señor Serra tras la ventana de su despacho, de pie, con la manos en la espalda. El agua que encharcaba el cristal no me ha dejado apreciar bien la expresión de su cara, pero por un momento me ha parecido que sonreía.