martes, 2 de septiembre de 2008

UN DIALOGO SIN PALABRAS (III)

El hecho de que al hacer un retrato se establezca un diálogo no signifíca que no haya discusión.

No hay tanta diferencia entre la teoría del diálogo y la de la lucha, pero hay matices.

La persona a la que vamos a retratar tiene una opinión sobre sí mismo, sobre su mundo y las cosas y personas que le rodean.

Nosotros tenemos también una opinión que no suele coincidir con la suya. El retrato honesto, y por tanto cautivador, surge cuando nos atrevemos a dar esa opinión, a decir lo que pensamos. Y esto último no se puede hacer, en ningún ámbito, sin asumir el riesgo de la incomprensión, la indiferencia, la confrontación o el desprecio de los demás.

Ocurre igual que en una conversación; si al otro le decimos lo que quiere escuchar, probablemente nunca tendremos conflictos. Pero tampoco llegaremos a tener intensidad en nuestras relaciones.

Lo gratificante es que de este modo la relación crece, el retrato cobra madurez y vemos como las cosas rígidas que parecían inmutables, comienzan a ablandarse un poco y asumen la posibilidad de cambiar.

NOCTAMBULA MADRUGADORA

Apenas dormía unas horas. Tres, cuatro a lo sumo. Andrea tenía dos inclinaciones aparentemente contradictorias que en realidad se complementaban.

Le gustaba la noche y le gustaba madrugar mucho. Vivir el momento nocturno en que caen todas las máscaras y el primer instante del día en que la luz aún está por estrenar.

El frescor de la mañana enjuagaba los recuerdos difusos de la noche. Y entre los dos instantes, un sueño breve y reparador.