Más allá de la atracción por la belleza misteriosa de sus formas, el mundo vegetal me interesa por sus ciclos vitales, por su constancia. También por su simbología. Un árbol hunde sus raíces en la tierra para sostenerse y extiende sus ramas hacia el extremo opuesto para crecer. Las expediciones botánicas tienen algo de introspección, de búsqueda existencial.
La Calcografía Nacional, dentro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, es un lugar al que merece la pena ir porque es allí donde se pueden ver, en una sala en penumbra y casi siempre desierta, las planchas originales con las que Goya realizó sus Caprichos. Pero además hay ahora una exposición titulada Botánica After Humboldt que es una de esas experiencias sutiles que, sin artificios, te dejan buen sabor de boca durante varios días. Seis fotógrafos contemporáneos se asoman con elegancia y misterio al mundo de la botánica y sus expediciones. Reflexionan y nos hacen reflexionar, como ocurre con toda aproximación cocinada lentamente, sobre cosas que van mucho más allá del mundo vegetal.
Me ha gustado especialmente descubrir la obra del colombiano Alberto Baraya. Disfruté pausadamente de su Herbario de Plantas Artificiales.
El estudio de las plantas está directamente ligado al conocimiento del mundo.