Me han robado la bici.
Es una sensación desoladora cuando te roban. He bajado a la calle y donde ayer estaba mi bici hoy hay un vacío; un vacío del mismo tamaño, peso y significado que mi bici. Casi lo podía tocar ese vacío, cogerlo como si cogiera mi bici y montarme en él; sentir lo opuesto a lo que siento cuando me subo en mi bici, la misma intensidad pero de sentido contrario. La no libertad, el no aire en mi cara, la no sensación de vitalidad, el no estar por encima de los problemas de tráfico de mi ciudad...
Mi bici. Me la había regalado Lucía. Ella se ha enfadado más que yo. Yo asumo que soy un desastre y que me cuesta cuidar las cosas. Me queman por dentro. He perdido ya tantas cosas irreemplazables que su cuidado me supone casi una terapia. Y a veces no lo consigo.
Compraré otra, claro, pero esta vez de las que se desmontan y se suben a casa. A ver si ahora consigo cuidarla como merece; porque quererla la quería, y mucho, pero quizá no se lo demostré lo suficiente y por eso se ha ido.