domingo, 19 de julio de 2009

MAIS PESSOA

Lo que me cautivó de Pessoa fue la intensidad quieta y punzante con que decía su tristeza, sus contradicciones, su malestar y su irónico escepticismo.

Descubrir a Pessoa fue sentir que ciertas cosas que había en mi tenían un eco. El Libro del Desasosiego me atrapó en un momento de naufragio y de cambio. Lejos de aumentar mi malestar, lo que hizo fue darme luz en un camino que yo no alcanzaba a ver con claridad. Mejor dicho, me mostró que no ver con claridad por donde caminas no tiene porque ser una mala noticia, sino que, como me ocurrió a mi, puede llevarte a lugares mucho más interesantes que los que están claramente iluminados y señalizados.

Pessoa edificó una obra maestra (y lo que es más importante, probablemente también se procuró un balsamo) con materiales de naturaleza y consistencia parecida a aquellos que yo vivía como una frustración. Lo que yo vivía como un fracaso, en sus palabras se convertía en ladrillos con los que levantar una torre desde la que ver con más claridad, más lejos; la tristeza y la contradicción, el caracter incompleto de casi todo, la fragilidad, la máscara, la imposibilidad de sentir hoy como sentíamos ayer...

"Ya que no podemos extraer la belleza de la vida, busquemos al menos extraerla del no poder extraer la belleza de la vida. Hagamos de nuestro fracaso una victoria, una cosa positiva y firme, con columnas, majestad y aprobación espiritual"
(...)
Como todo soñador, sentí siempre que mi oficio era crear. Dado que nunca supe hacer un esfuerzo o activar una intención, crear coincidió siempre en mí con soñar, querer o desear; y hacer gestos, con soñar los gestos que desearía poder hacer"

Máscaras y Paradojas

UNA ATMOSFERA

Me sigue fascinando la forma en que algunos autores son capaces de crear una atmósfera. El ambiente me parece la columna vertebral de cualquier relato, sea fotografía, literatura, cine o música. Más importante que los personajes, que la propia historia.

El barco se detuvo, todos los sonidos cesaron y la propia niebla se quedó inmovil, cada vez más densa y como sólida en su asombrosa inmovilidad muda. Los hombres en sus puestos no alcanzaban a verse entre sí. Los pasos sonaban sigilosos; unas voces extrañas, impersonales y remotas, se apagaban sin eco. Una ciega quietud blanca tomó posesión del mundo.

El Cuento. Joseph Conrad