Transmisión de
información, en eso consiste la evolución, controlar esos patrones, esos
códigos, es controlar la existencia. En EE UU ya han dado luz verde para
comercializar exoesqueletos, osamentas externas que permiten a un paralítico
volver a caminar. Facebook hace un experimento manipulando las emociones de la
gente para observar el contagio emocional de los grupos. Descubren un planeta
potencialmente habitable a 3.000 años luz. Ya se pueden diseñar y experimentar
formas de reproducción en las que el cuerpo humano no es necesario.
El científico e
inventor Raymond Kurzweil fue contratado en 2012 por Google para diseñar el
futuro: una era en la que una nueva especie humana, genéticamente diseñada y
fusionada con la robótica y la nanotecnología, convivirá con el Homo Sapiens.
Él lo llama Singularidad y, a juzgar por sus predicciones anteriores, conviene tenerlo
en cuenta. En su primer libro, La era de
las máquinas inteligentes, escrito en 1986, adelantó la caída de la Unión
Soviética, en parte por la influencia de la tecnología para restar capacidad de
control de la información al gobierno. Previó que el uso de internet sería
masivo (cuando apenas tenía un par de millones de usuarios en todo el mundo) y
que accederíamos desde aparatos inalámbricos. Kurzweil habla de auto reparación
de partes del cuerpo, de humanos
intangibles, replicados y metidos en un sistema, con su conciencia y su alma, de
nanotecnología que construye complejos objetos en segundos, de la vida
extendida de forma ilimitada y de una especie humana en plena evolución que
pasará generaciones milenarias viajando años luz para colonizar otras galaxias.
En una época así
lo valioso debe ser el anonimato, la vuelta a la caverna. Aislarse. El vacío abismal
del espacio exterior y la espesa profundidad del océano deben ser como el
letargo de un sueño del que quieres despertar y no puedes. Me pregunto qué se
siente en esa lentitud, fuera de toda dimensión conocida.
FOTOGRAFÍA: © Reuters