lunes, 16 de junio de 2014

800 VACAS



Por alguna razón adoramos lo épico, la gran epopeya que genera héroes, cuando en realidad la sucesión de hechos en la vida suele ser atropellada y bastante vulgar. Del mismo modo que se producen mitos alrededor de los asesinos en serie o las matanzas en institutos a manos de desequilibrados psíquicos, las acciones de los terroristas vienen siempre envueltas en grandes pretensiones, con trasfondo lírico.

Lo cierto es que la práctica del terror, proveniente del estado o del contra-estado, suele obedecer a motivos más materiales que espirituales, pero en cualquier caso necesitan revestirse de una legitimidad casi mística para ser comprada por afines y contrarios. En la España de hoy, el terror llega en forma de devastación económica y anulación de la dignidad individual; seguimos teniendo derechos, pero no los podemos usar sin poner en riesgo nuestra integridad física, política y emocional. Hemos interiorizado de tal modo al represor que no necesitamos la amenaza: vivimos en permanente autocastigo. Asumimos la violencia institucional como una protección segura contra la amenaza antisistema, pero en definitiva solo conocemos el Sistema, que actúa metódicamente en contra de sus propias leyes y protege a quienes las corrompen. Hasta ahora no he conocido gente más conservadora que los llamados antisistema: solo pretenden corregir errores para conservar el sistema de valores que tanto nos ha costado poner en pié.

Al igual que los estados occidentales pretenden defender unos derechos que pisotean con leyes cada vez más injustas, las milicias de Boko Haram se escudan en propósitos protectores de un modo de vida y, en realidad, secuestran mujeres para cambiarlas por vacas: 20 mujeres, 800 vacas.


FOTOGRAFÍA © AKINTUNDE AKINLEYE/Reuters


* Columna publicada cada sábado en