Es común en los que nos dedicamos a una labor creativa –de naturaleza desordenada e impredecible- la necesidad de una estructura lógica que nos oriente, un método que nos ancle al mundo real. En mi época de estudiante proclamaba, con esa convicción que solo la ignorancia permite, que “los de ciencias” eran gente aburrida que había elegido el camino convencional de la vida. Afortunadamente aparecieron justo a tiempo un par de buenos maestros que me supieron mostrar la magia de las Matemáticas y la Química, las cuales me llevaron a la curiosidad por la Lógica, la Antropología, la Psicología y la Geopolítica. Lo que me fascina de la ciencia es la contundencia de su método: hay un camino formal que, si se hace bien, demuestra por qué las cosas son como son.
Cuando leo el periódico trato de aplicar la “visión
Matrix”, entrecierro los párpados buscando esa imagen de los numeritos cayendo,
la lógica del sistema. Soy de los que creen que, salvo contadas excepciones,
todo lo que ocurre en el mundo, no solo está interrelacionado, sino que está
probablemente prediseñado con mucha antelación y método. O sea, que las noticias
que consumimos este otoño-invierno, fueron diseñadas la temporada pasada, como
en la moda, solo que en política (léase economía, estructura social, geoestrategia,
etc.) el plan se diseña de forma global y abarca años de desarrollo.
La UE quiere a Ucrania como socio, es un país con
un peso geopolítico importante y la puerta a los países de la región. Está en
juego el abastecimiento de gas a media Europa y la necesidad de neutralizar el plan
de Rusia de recuperar territorios de la antigua URSS para volver a ser una
férrea potencia económica y militar. Putin ha hecho su jugada para mantener a
Ucrania en situación de dependencia, y occidente tiene sus mecanismos para sacar
a la gente a la calle y desestabilizar el país, como ya ocurrió durante la
Revolución Naranja en 2004.
El trabajo del político funciona en orden inverso
al de la policía científica. Si ésta recoge pequeños elementos para deducir los
hechos, el estratega disemina estos elementos para inducir los hechos. La clave
es una buena retórica, que el discurso esté bien construido para que nadie
sienta la necesidad de ir a comprobar si lo que nos están vendiendo es real.