El mundo es una fiesta y a vos no te invitaron, es una
frase llena de ironía y afecto que le dice un hombre a su amigo eternamente
atormentado en la película de Juan Taratuto No sos vos, soy yo (Argentina,
2004). En esa misma película, alguien sugiere que hay días buenos (pocos), días
malos (por suerte también pocos), y el resto (la mayoría) son días normales. Y
sin embargo me atrevo a asegurar que un porcentaje altísimo de la población
occidental vive (vivimos) en constante frustración porque no hay modo de
encontrar la felicidad duradera.
La imagen de la cárcel en la cabeza es un estigma que asumo
pero no acepto. Creo que somos mayoría los que encontramos en el mal conocido
una zona de confort que nos exime de arriesgarnos a buscar un lugar (mental) más realista y aceptable. Esa
condena voluntaria funciona como una penitencia, una culpa a expiar; la convicción
de que hagamos lo que hagamos nada cambiará.
Vivir alojado en el malestar es un modo de estar en el mundo
que el español parece portar en su ADN. Aunque exista la oportunidad de un cambio,
la grieta por la que asoma una mejoría viable, el español desconfía y prefiere
instalarse, primero en la queja y, definitivamente, en la resignación: se
encierra en su cárcel mental que le deja mirar, pero no actuar, de ahí la perpetua
envidia que sentimos hacia quien sí se permite la posibilidad de ser alguien
distinto en cada nueva etapa de su vida.
Al grito de vivan las cadenas, en 1814 se escenificó un
recibimiento popular a Fernando VII, retornado del destierro para consagrar el
absolutismo y desmantelar la constitución de 1812. Desde entonces, y a pesar de
que se demuestra cíclicamente que una mayoría de españoles quiere librarse de
las cadenas (la última vez en las elecciones europeas), por alguna oscura razón
el conformismo se acaba imponiendo y terminamos por aceptar lo inaceptable.
Juan Carlos I, en su coronación, juró lealtad al franquismo,
una versión ibérica del fascismo cuyo objetivo último consistía en proteger a
sangre y fuego las grandes fortunas patrias. Esa solemnizada transición ha
permitido que los que ostentaban despóticamente el poder sean hoy aún más
poderosos. La población fue, una vez más, apartada de la toma de decisiones
(todo para el pueblo pero sin el pueblo). Lamento tener la sospecha de que el
18 de junio una cantidad abrumadora de españoles verá desde su cárcel mental la
coronación de Felipe VI que añadirá un nudo más al paquete que nos dejaron
atado y bien atado.
Fotografía © Sergio Pérez / Reuters