lunes, 14 de julio de 2014

RECUENTO DE CUERPOS



En mi barrio pasábamos las noches de verano en el parque contando historias, haciendo hogueras, jugando cartas, todos mezclados, sin distinción de edad. Yo escuchaba haciéndome el distraído las historias de los chicos mayores, que más de una vez me quitaron el sueño. El hermano de un amigo mío estudiaba medicina, y aquel verano estaba haciendo sus prácticas en la morgue, limpiando los cadáveres que llegaban de los accidentes de tráfico. Esa escena, recreada en mi imaginación hasta con su olor a sangre y el tacto aún caliente y mórbido de los cuerpos sin vida, todavía hoy me produce escalofríos.

Dicen que se muere como se ha vivido, salvo en casos de accidentes inesperados. Si uno ha estado en paz y ha procurado pasar por esta vida haciendo el menor daño posible, es probable que muera en paz y sin molestar demasiado. Al resentido, aquel que siempre ha estado haciendo patente su malestar y contagiándolo a los demás, le espera seguramente una muerte amarga para sí mismo y tóxica para los que le rodean. Hay muertes absurdas, ridículas, y muertes románticas, de carácter épico, como la del alpinista Patrice Hyvert, que desapareció a los 23 años en el Mont Blanc y ha sido encontrado, 32 años después con el mismo aspecto impecable con el que emprendió su hazaña.


Cada año, cuando se derrite la nieve en la montaña más alta de Europa, aparecen cuerpos dados por perdidos. Un recuento de cadáveres con cierta dosis legendaria, desde luego muy distinto del que estos días se hace en la Franja de Gaza, donde los civiles mueren efectivamente como han vivido: hacinados, pobres y anónimos.
_

FOTOGRAFÍA: © David Azia/AP

* Columna publicada cada sábado en