Tengo que pensar en una exposición para junio. Es una selección de los paisajes que he estado haciendo estos últimos años.
En realidad nacieron como un juego, una distracción durante los viajes de encargo. Son imágenes pretendidamente esteticistas y evocativas, que responden a un intento de desconexión.
Pero también son una reacción frente a la foto útil y el cometido de llenar cada imágen de un significado necesariamente narrativo. Estas son fotografías sin momento decisivo, sin guión, sin acontecimiento.
Siempre he fotografiado la acción de los personajes, la trama. Solo a medida que he ido aceptando la posibilidad de un vacío me he permitido fijarme en el decorado.
El vacío es donde la vida nace y se expresa, Hugo Mujica.
Ante la necesidad de articular esta serie de fotos, de dotarlas de una cierta coherencia, Millás me recomendó la lectura de un número de la Revista de Occidente que recoge ensayos sobre paisaje y arte.
En uno de ellos, Javier Maderuelo dibuja una trayectoria de la noción de paisaje en occidente, donde no se considera un género autónomo hasta la llegada del Romanticismo. De hecho, hasta el siglo XVII, ni siquiera existe la palabra Paisaje ni su representación. Los artistas del mundo clásico y renacentista pintaban historias tomadas de las Sagradas Escrituras o la mitología. Lo único digno de ser tratado eran las acciones humanas o divinas capaces de ennoblecer a quienes las contemplaran. Por otro lado, estas pinturas, que se mostraban en iglesias y catedrales, eran la vía más directa de entendimiento para una población mayoritariamente analfabeta.
En estos cuadros que narran historias, quedan unos espacios entre las figuras que reciben el nombre de "fondos", fragmentos pictóricos que no necesariamente ejecutaban los maestros. Son estos "fondos", a los que no se prestaba atención, los que progresivamente han ido adquiriendo más interés plástico hasta convertirse en un género autónomo: el Paisaje.
Al principio se trata de una representación de lo sublime y sobrecogedor de la naturaleza. Pero pronto surge una categoría, denominada Pintoresco, que se interesa por elementos sencillos e intrascendentes, motivos de la naturaleza que no producen el más mínimo temor ni desasosiego.
Muchos de estos cuadros románticos de paisajes tienen una significación profunda, pero a diferencia de la pintura de historia, no encierran ningún mensaje concreto que se deba descifrar a través de los elementos que componen el cuadro. Son pinturas que carecen de acción dramática; en ellas no sucede nada trascendental.
El paisaje romántico se expresa en un lenguaje simbólico que muestra estados sentimentales y emociones anímicas que son representados por las fuerzas de la naturaleza. Nos hablan en un lenguaje universal, de forma evocadora y no discursiva, del terror, el vértigo, el miedo o la soledad.
Como dice Albert, creemos estar haciendo un descubrimiento cuando en realidad nuestra evolución apenas ha alcanzado el Romanticismo, 400 años más tarde.
En realidad nacieron como un juego, una distracción durante los viajes de encargo. Son imágenes pretendidamente esteticistas y evocativas, que responden a un intento de desconexión.
Pero también son una reacción frente a la foto útil y el cometido de llenar cada imágen de un significado necesariamente narrativo. Estas son fotografías sin momento decisivo, sin guión, sin acontecimiento.
Siempre he fotografiado la acción de los personajes, la trama. Solo a medida que he ido aceptando la posibilidad de un vacío me he permitido fijarme en el decorado.
El vacío es donde la vida nace y se expresa, Hugo Mujica.
Ante la necesidad de articular esta serie de fotos, de dotarlas de una cierta coherencia, Millás me recomendó la lectura de un número de la Revista de Occidente que recoge ensayos sobre paisaje y arte.
En uno de ellos, Javier Maderuelo dibuja una trayectoria de la noción de paisaje en occidente, donde no se considera un género autónomo hasta la llegada del Romanticismo. De hecho, hasta el siglo XVII, ni siquiera existe la palabra Paisaje ni su representación. Los artistas del mundo clásico y renacentista pintaban historias tomadas de las Sagradas Escrituras o la mitología. Lo único digno de ser tratado eran las acciones humanas o divinas capaces de ennoblecer a quienes las contemplaran. Por otro lado, estas pinturas, que se mostraban en iglesias y catedrales, eran la vía más directa de entendimiento para una población mayoritariamente analfabeta.
En estos cuadros que narran historias, quedan unos espacios entre las figuras que reciben el nombre de "fondos", fragmentos pictóricos que no necesariamente ejecutaban los maestros. Son estos "fondos", a los que no se prestaba atención, los que progresivamente han ido adquiriendo más interés plástico hasta convertirse en un género autónomo: el Paisaje.
Al principio se trata de una representación de lo sublime y sobrecogedor de la naturaleza. Pero pronto surge una categoría, denominada Pintoresco, que se interesa por elementos sencillos e intrascendentes, motivos de la naturaleza que no producen el más mínimo temor ni desasosiego.
Muchos de estos cuadros románticos de paisajes tienen una significación profunda, pero a diferencia de la pintura de historia, no encierran ningún mensaje concreto que se deba descifrar a través de los elementos que componen el cuadro. Son pinturas que carecen de acción dramática; en ellas no sucede nada trascendental.
El paisaje romántico se expresa en un lenguaje simbólico que muestra estados sentimentales y emociones anímicas que son representados por las fuerzas de la naturaleza. Nos hablan en un lenguaje universal, de forma evocadora y no discursiva, del terror, el vértigo, el miedo o la soledad.
Como dice Albert, creemos estar haciendo un descubrimiento cuando en realidad nuestra evolución apenas ha alcanzado el Romanticismo, 400 años más tarde.