Apenas dormía unas horas. Tres, cuatro a lo sumo. Andrea tenía dos inclinaciones aparentemente contradictorias que en realidad se complementaban.
Le gustaba la noche y le gustaba madrugar mucho. Vivir el momento nocturno en que caen todas las máscaras y el primer instante del día en que la luz aún está por estrenar.
El frescor de la mañana enjuagaba los recuerdos difusos de la noche. Y entre los dos instantes, un sueño breve y reparador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario