El hecho de que al hacer un retrato se establezca un diálogo no signifíca que no haya discusión.
No hay tanta diferencia entre la teoría del diálogo y la de la lucha, pero hay matices.
La persona a la que vamos a retratar tiene una opinión sobre sí mismo, sobre su mundo y las cosas y personas que le rodean.
Nosotros tenemos también una opinión que no suele coincidir con la suya. El retrato honesto, y por tanto cautivador, surge cuando nos atrevemos a dar esa opinión, a decir lo que pensamos. Y esto último no se puede hacer, en ningún ámbito, sin asumir el riesgo de la incomprensión, la indiferencia, la confrontación o el desprecio de los demás.
Ocurre igual que en una conversación; si al otro le decimos lo que quiere escuchar, probablemente nunca tendremos conflictos. Pero tampoco llegaremos a tener intensidad en nuestras relaciones.
Lo gratificante es que de este modo la relación crece, el retrato cobra madurez y vemos como las cosas rígidas que parecían inmutables, comienzan a ablandarse un poco y asumen la posibilidad de cambiar.
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