A veces me enredo en cosas absurdas que creía imprescindibles. Actualizar programas a versiones que no necesito, ordenar los tornillos de la caja de herramientas, escribir listas interminables de las cosas que voy a hacer cuando la vida me de un respiro...
Cuando las termino, igual que el bulímico que se acaba de zampar una tarta entera, me siento mal. Entonces trato de vaciarme de esa sensación repugnante no haciendo nada. Exactamente nada. Eso me reconforta, me devuelve a lo real, a notar la vida que pasa.
Es como si después de dos horas remando en círculo me dejara llevar por la corriente.
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