Volvíamos a la ciudad de Panamá sobrevolando el Pacífico a bordo de una avioneta recién comprada por el joven caiforniano que nos llevaba. J.M. y yo nos miramos al despegar deseandonos suerte.
"Si grito agua" dijo el piloto "agarran sus salvavidas y saltan".
Siempre pienso lo mismo. Cambiaría cosas, trataría de corregir errores. Pero al fin y al cabo, si esto se cae, creo que mi vida no ha estado mal, podría haber sido mucho peor.
Con la distancia adecuada, hasta la propia tierra es irreal. Viene bien cambiar el punto de vista de vez en cuando, así sabemos lo poco que veíamos desde donde estábamos.
Las turbulencias son una cosa bien fea, uno siente que lo están centrifugando en el vacío. Nada que temer, nos dice el piloto, las turbulencias, ni en el peor de los casos, suponen un riesgo, es un miedo puramente sugestivo.
Como en la propia vida, pienso yo, las turbulencias forman parte del viaje, pero no son un peligro, solo alteran la estabilidad. El miedo, la manera de vivirlas es lo que nos puede hacer mal.
1 comentario:
Esto es muy bueno.
m e g u s t a
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