Es una fábula de Albert.
Se trata de aceptar que estamos todos encerrados en una jaula, en nuestra jaula. El carcelero pasa y nos vigila. Pero cuando se da la vuelta es el momento de sacar la cuchara y continuar haciendo nuestro agujerito, el tunel por el cual algún día vamos a escapar.
Mientras tanto finjimos o aceptamos nuestra condición de prisioneros. Pero la cuchara siempre en la mano, escondida detrás de la espalda.
Un trabajo de mierda, una vida tediosa, una familia que no se termina de despegar, los fantasmas de cada uno, tan déspotas como el peor de los jefes. No importa. Es el arte de la cuchara lo que nos va a salvar. Cavar más hondo, y no decirselo a nadie.
5 comentarios:
a nadie!
ya mismo me consigo una cuchara.
[gracias.]
nice
No hay ningún carcelero. El que aparentemente pasa por ser nuestro carcelero no es sino el miedo, en cuanto este hace su aparición intentaremos encontrar cucharas, pero estas no son la solución. La solución es decir hasta aquí llegué y aquí me bajo, que prefiero otro tipo de transporte.
Bueno, modos diversos de ver la misma cosa :)
Un cordial saludo.
A veces parece que la cuchara que uno tiene no es suficientemente dura para romper nuestro personal muro.
gracias. como siempre llegando hasta la médula.
Publicar un comentario