domingo, 31 de agosto de 2008

UN DIALOGO SIN PALABRAS (I)

Hay una teoría sobre el retrato fotográfico que sostiene que se trata de una lucha entre retratado y retratista. El primero intenta mostrarse tal y como desearía que lo vieran o como él/ella cree que es. El segundo, el fotógrafo, trata de imponer la manera en que percibe a esa persona, cómo lo ve bajo una mirada más incisiva.

Cuando gana el retratado, la foto no aporta nada más que lo que ya sabíamos de esa persona, lo que habitualmente nos muestra. Cuando el que gana es el fotógrafo, descubrimos una nueva faceta del sujeto y se nos abre una puerta que antes estaba cerrada.

Yo, personalmente, prefiero la idea del diálogo sin palabras donde no hay ganador ni vencido. Lo observo continuamente en la manera en que retrata Lucía y otros fotógrafos que conozco y admiro. Se trata de la misma situación, pero en lugar de una lucha, se establece una conversación gestual, corporal y visual. Se añade así la tercera posibilidad de que no gane ninguno de los dos sino que se produzca una nueva perspectiva de resultados imprevisibles.

En esta nueva perspectiva se pueden dar todos los elementos de cualquier conversación: fluidez, tensión, misterio, seducción, silencio, descubrimiento, miedo, placer, rabia, atracción, sensualidad, desprecio, soledad, excitación...

Todas esas cosas se pueden generar en una sesión para un retrato. Cuanto más se estire de la cuerda, más lejos se llega en cualquiera de esos caminos, con el riesgo, como en todo, de que la cuerda se rompa y no consigamos nada o tengamos que volver a empezar desde el principio.

Me fascina el retrato. Quizá porque me cuesta horrores. Me da tanto miedo ponerme frente a alguien con una cámara y sostener esa tensión que suelo resolver mis retratos rápidamente. Y sin embargo es el género que más me seduce, lo encuentro mágico.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Matías,

Coincidimos, para mi el retrato casí lo es todo. Las conversaciones mas bellas que he tenido las he mantenido fotograficamente mediante el retrato.

Besos,
Lucía