En occidente resulta cada vez menos gratificante hacer fotos.
Somos demasiado conscientes del uso y significado de una cámara. Hemos perdido, no solo la inocencia, también la capacidad de jugar.

Conservamos, eso si, cada vez más desarrollada, nuestra capacidad de actuar. Por eso la mayoría de los retratos que vemos y hacemos son recreaciones, poses, actitudes forzadas de languidez o hastío, provocadoras muecas o indiferencia afectada. Es difícil que alguien ante una cámara se ponga delante simplemente para ser fotografiado. Lo habitual es que sepa que esa cámara va a hablar y trate de escribir con su actitud el guión de ese discurso.
Estuve en Malí haciendo algunos retratos. Me cautivó su respeto casi reverencial por la cámara, y su orgullo sin imposturas por su propia imagen.