Hace un par de meses, paseando por Lyon el día en que Francia votaba la reforma laboral, me vino a la cabeza esta fórmula que se usa en el código penal para los crimenes que no llegan a cometerse por causas ajenas a la voluntad del criminal. No se por qué se me antojó un buen título para una compilación de mis proyectos inconclusos, que son bastantes.
En mi caso, la denominación quizá no es del todo acertada, ya que no creo haber hecho todo lo que estaba en mi mano para llevar a cabo mi misión. Más bien, por razones casi siempre relacionadas con los vaivenes de mi estabilidad emocional, los proyectos han ido perdiendo el impulso y entusiasmo necesarios para sacarlos adelante.
A veces una idea no necesita ni siquiera ser demasiado buena, basta con creer en ella y llevarla adelante hasta el final. Ese final pasa inevitablemente por darle una forma y romper el molde, aceptar la imperfección de la que estará hecha, exponerla a los demás para que la valoren; en definitiva, superar uno sus vaivenes y contradicciones para ponerse al servicio de algo más grande que nosotros.
Ultimamente vivo más en los museos y los libros que en la propia vida. Me refiero a que cuando visito una buena exposición o termino un buen libro, veo realizado hasta el final el impulso que a veces siento en la vida y que no es más que una pequeña chispa que solo indica un camino.
Admiro a los que van apilando sus proyectos con la forma final que han decidido darles, los admiro porque se desnudan y se tiran al agua. A veces les sale bien, a veces no tan bien.
Una exposición desbordante que vi el día de nochebuena: Paralelo Benet Rosell, en el Macba.
miércoles, 29 de diciembre de 2010
sábado, 18 de diciembre de 2010
ENREDOS
Llovía a chorros, así que decidí refugiarme en la caseta al pie de la obra. Al abrir la puerta, tres obreros que parecían escondidos se removieron inquietos, tratando de disimular. Anochecía, y la luz eléctrica del foco iluminaba la maquinaria inmóvil bajo la lluvia, como enormes animales dormidos a la intemperie. Al llegar el montacargas bajaron en tropel más de veinte obreros, arrastrando sus cachivaches deprisa, queriendo irse cuanto antes de aquel lugar. Mis tres vecinos, en un rápido y ágil deslizamiento, se colocaron a su altura, caminando a la par que ellos, incluso uno le tomó prestado a otro obrero un gran martillo percutor y siguió caminando a su lado, de tal modo que ya nadie podía diferenciar a los que habían bajado en el ascensor de los tres infiltrados al grupo.
Horas más tarde, cenando en una taberna, observo a dos hombres de edad avanzada sentados en la mesa contigua. Hablan con voz ronca, terminan su cena y beben vino. Piden la cuenta y apuran la botella. Ya han pagado y están por irse, uno de ellos aún tiene medio vaso de vino, por lo que el otro aprovecha para ir al baño. Al instante, el cliente que ha quedado en la mesa termina de un trago su vino y, con una señal enérgica y algo impaciente, pide al camarero que le llene de nuevo el vaso, pagando de inmediato esa consumición y dejando el nivel de vino tal como estaba el de la ronda anterior. Al volver su amigo, le conmina a terminarse el vino que aún le queda para que se marchen, lo que el otro obedece sin vacilación.
Son pequeñas trampas, escaqueos que hacemos creyendo que engañamos al otro. Es como una evocación de la infancia, cuando nuestra madre nos preguntaba si nos habíamos lavado los dientes y mentíamos diciendo que sí, para irnos a la cama con cierta sensación de haber cometido un fraude.
Horas más tarde, cenando en una taberna, observo a dos hombres de edad avanzada sentados en la mesa contigua. Hablan con voz ronca, terminan su cena y beben vino. Piden la cuenta y apuran la botella. Ya han pagado y están por irse, uno de ellos aún tiene medio vaso de vino, por lo que el otro aprovecha para ir al baño. Al instante, el cliente que ha quedado en la mesa termina de un trago su vino y, con una señal enérgica y algo impaciente, pide al camarero que le llene de nuevo el vaso, pagando de inmediato esa consumición y dejando el nivel de vino tal como estaba el de la ronda anterior. Al volver su amigo, le conmina a terminarse el vino que aún le queda para que se marchen, lo que el otro obedece sin vacilación.
Son pequeñas trampas, escaqueos que hacemos creyendo que engañamos al otro. Es como una evocación de la infancia, cuando nuestra madre nos preguntaba si nos habíamos lavado los dientes y mentíamos diciendo que sí, para irnos a la cama con cierta sensación de haber cometido un fraude.
viernes, 17 de diciembre de 2010
APROPIACION
Hay una exposición ahora en el Guggenheim de Bilbao a la que me he entregado en estado febril (falló la calefacción en la gélida noche de ayer en la habitación de mi hotel), y quizá por eso la he contemplado como en un sueño incómodo y revelador.
Se llama Haunted, y está armada mayoritariamente con fondos de las distintas sedes de la fundación. Gira en torno a la obsesión del arte contemporáneo por el pasado, el archivo y los medios de registro y grabación como la fotografía, el vídeo o el audio, a los que presenta como transmisores de melancolía por su cualidad de fragmentar el tiempo y transformar la memoria, subrayando lo irrecuperable de los acontecimientos pasados.
Me fascina el modo en que gente como Richard Prince, Rauschenberg o Luis Jacob han utilizado imágenes existentes para contar algo muy personal y producir una obra totalmente nueva con respecto a los archivos en los que se basan.
He vuelto a encontrarme con la obra de Walid Raad y su mezcla de documento y ficción que a mi me parece no sólo una obra incontestable sino una labor de investigación de los hechos comparable a la de Wikileaks. Creo que la guerra del Libano se lee mejor en el proceso creativo de su Atlas Group, que en las hemerotécas de la época.
La apropiación y la intervención de todo tipo de archivos y documentos, la memoria removida y presentada desde otro ángulo, la mezcla de géneros y disciplinas. Me parece algo tan grande como lo mejor de August Sander o Diane Arbus.
Para mi sigue siendo un misterio; la excitación, el desasosiego que la contemplación de una foto o una pintura puede llegar a producir. Un misterio que no quiero que deje de existir.
Se llama Haunted, y está armada mayoritariamente con fondos de las distintas sedes de la fundación. Gira en torno a la obsesión del arte contemporáneo por el pasado, el archivo y los medios de registro y grabación como la fotografía, el vídeo o el audio, a los que presenta como transmisores de melancolía por su cualidad de fragmentar el tiempo y transformar la memoria, subrayando lo irrecuperable de los acontecimientos pasados.
Me fascina el modo en que gente como Richard Prince, Rauschenberg o Luis Jacob han utilizado imágenes existentes para contar algo muy personal y producir una obra totalmente nueva con respecto a los archivos en los que se basan.
He vuelto a encontrarme con la obra de Walid Raad y su mezcla de documento y ficción que a mi me parece no sólo una obra incontestable sino una labor de investigación de los hechos comparable a la de Wikileaks. Creo que la guerra del Libano se lee mejor en el proceso creativo de su Atlas Group, que en las hemerotécas de la época.
La apropiación y la intervención de todo tipo de archivos y documentos, la memoria removida y presentada desde otro ángulo, la mezcla de géneros y disciplinas. Me parece algo tan grande como lo mejor de August Sander o Diane Arbus.
Para mi sigue siendo un misterio; la excitación, el desasosiego que la contemplación de una foto o una pintura puede llegar a producir. Un misterio que no quiero que deje de existir.
martes, 14 de diciembre de 2010
martes, 7 de diciembre de 2010
MI HIJA Y LA TARTA DE MANZANA
Me sirve un trozo recién
sacado del horno. Al realizar el corte
sale un ligero vapor. El azucar y las especias -
canela - quemados en la corteza.
Pero lleva gafas oscuras
en la cocina a las diez
de la mañana -todo tan sutil-
mientras me observa tomar
un bocado, acercarlo a la boca
y soplar. La cocina de mi hija,
invierno. Pincho el trozo de tarta
y me digo a mi mismo que no debo meterme.
Ella dice que le ama. No
podía ser peor
MY DAUGHTER AND APPLE PIE
Raymond Carver
sacado del horno. Al realizar el corte
sale un ligero vapor. El azucar y las especias -
canela - quemados en la corteza.
Pero lleva gafas oscuras
en la cocina a las diez
de la mañana -todo tan sutil-
mientras me observa tomar
un bocado, acercarlo a la boca
y soplar. La cocina de mi hija,
invierno. Pincho el trozo de tarta
y me digo a mi mismo que no debo meterme.
Ella dice que le ama. No
podía ser peor
MY DAUGHTER AND APPLE PIE
Raymond Carver
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